Se ha dicho tanto sobre el poder de las palabras y, sin embargo, las tenemos tan poco en cuenta a la hora de expresarnos.
Todo el diccionario personal que vamos grabando, en las sucesivas etapas de la vida está a nuestra disposición cada vez que queremos comunicarnos. Recurrimos a él sin pensar demasiado, guiados por los hábitos lingüísticos adquiridos en la escuela, en la universidad, en nuestras lecturas, y adaptados o reflejados por los grupos sociales y el nivel cultural que nos rodean.
Con este bagaje esperamos conseguir que nuestro interlocutor nos comprenda, escribir un ensayo o una novela, en síntesis, destacar por nuestra expresión.
Sin embargo, parece que algo nos falta, que no logramos sentirnos satisfechos y que ni siquiera somos eficaces para transmitir lo que queremos.
Tal vez se trate de comunicarnos con más conciencia, de pensar que tenemos un diccionario personal, en el que se encuentran todas las palabras que hemos ido eligiendo y registrando por algún motivo. Sin duda, podremos disfrutar buscando la palabra que mejor se adapte, que nos guste más por su sonoridad, por su etimología o por su colorido.
¿Qué pasaría si comenzamos a pensar más en las palabras? ¿Si nos atrevemos a tocarlas, acariciarlas, degustarlas, olerlas y poseerlas para después poder regalarlas a nuestros receptores?
Todo el diccionario personal que vamos grabando, en las sucesivas etapas de la vida está a nuestra disposición cada vez que queremos comunicarnos. Recurrimos a él sin pensar demasiado, guiados por los hábitos lingüísticos adquiridos en la escuela, en la universidad, en nuestras lecturas, y adaptados o reflejados por los grupos sociales y el nivel cultural que nos rodean.
Con este bagaje esperamos conseguir que nuestro interlocutor nos comprenda, escribir un ensayo o una novela, en síntesis, destacar por nuestra expresión.
Sin embargo, parece que algo nos falta, que no logramos sentirnos satisfechos y que ni siquiera somos eficaces para transmitir lo que queremos.
Tal vez se trate de comunicarnos con más conciencia, de pensar que tenemos un diccionario personal, en el que se encuentran todas las palabras que hemos ido eligiendo y registrando por algún motivo. Sin duda, podremos disfrutar buscando la palabra que mejor se adapte, que nos guste más por su sonoridad, por su etimología o por su colorido.
¿Qué pasaría si comenzamos a pensar más en las palabras? ¿Si nos atrevemos a tocarlas, acariciarlas, degustarlas, olerlas y poseerlas para después poder regalarlas a nuestros receptores?
2 comentarios:
Cierto que las palabras hacen una diferencia y cierto que por el alocado ritmo de vida que llevamos no pensamos mucho en ellas. Un psicólogo nos podría hablar también sobre la importancia de las palabras. Incluso a veces cuando uno considera que no piensa conscientemente en ellas, a veces las palabras dejan ver la punta del iceberg de lo que nos pasa por dentro. Tomo la propuesta. Pensar en las palabras.
Tuve un profesor que en una de sus clases dijo: -las palabras articulan el pensamiento-. Procuro no olvidarlo.
Creo que además las palabras no solo son importantes para los que las reciben, sino también en como nos hablamos a nosotr@s mism@s.
Me sorprende ultimamente como se dice -no te escucho- en lugar de -no te oigo-. ¿Será una jugarreta del inconsciente para definir una situación de no escucha real?.
gracias Susana por conectarnos con un tema importante, muy importante.
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